7 de junio de 2009

EL OJO DEL PEZ

SE MANTIENE SIEMPRE ALERTA, ABSORTO, INCANSABLE, INAMOVIBLE, CARECE DE PESTAÑEO, RASTREA EL ENTORNO, PERCIBE LAS AMENAZAS, ARTICULA LAS ESTRATÉGIAS DE SUPERVIVENCIA, ...

Fin de otra etapa

Culo rojo, óleo, 2009

5 de junio de 2009

¿Nos repartimos el melón?... la tajada para todos. http://nosrepartimoselmelon.blogspot.com/



FESTIVAL DE ARTE CON DOMICILIO
"Este es el proyecto que queremos compartir con todos
y que esperemos que salga estupendamente"
El colectivo inconstante




3 de junio de 2009

Al huevo desde el número de oro. http://proyectoscullell.blogspot.com/

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Escultura en chapa de acero recortada, altura 80 cm. 2009

1 de junio de 2009

EL OJO DEL PEZ. (IR A ESTA ETIQUETA)

El reino de los mortales del Juicio Final de Miguel Ángel. Prólogo

Impregnados por ese estado del espíritu de nuestra era, que hace que no sea necesario perder el tiempo en buscarle la sustancia a nada, porque se puede ser famoso sin un pretexto concreto o desde la mera autoproclamación de algo (siempre que se disponga de la parafernalia necesaria para representar eso que se dice que se es), suplimos la experiencia y la consistencia de una obra bien construida por la audacia, el salto sin red.

Obras en las que no sobresale ninguna suerte de expresión idealista o experimentación visionaria, sino simplemente respuestas elementales concebidas desde el efectismo y concebidas desde la deglución rápida y pasmosamente literal de conceptos, como regurgitadas con golpe de efecto.

El problema de muchos artistas coetáneos es el de haber inventado una trampa sobre la contemporaneidad, sus creaciones, desplegadas con alarde de medios y el uso de la tecnología, carecen de innovación y no suman ningún valor a la sociedad actual. Su existencia sólo sirve para persistir en ese estado de idiotización que elude el debate real.

La condición de artista ha superado desde hace ya largo tiempo el estatus de ciudadano de segunda pero permanecer entre la élite que se dedica a la CREACIÓN, supone un esfuerzo denodado en pos del verdadero conocimiento. Desde esta convicción, comprender el misterio que se esconde tras una "gran obra de arte", para ser calificada como tal, puede llegar a convertirse en una deleitante obsesión.

El reino de los mortales

La parte inferior del fresco del Juicio Final es la dedicada al juicio de los mortales. En su distribución el pintor distinguió cinco escenas repartidas a su vez en dos alturas, en la más elevada aparecen: en el centro, Los ángeles trompeteros; a la izquierda, Los que suben al cielo y, a la derecha, La lucha entre ángeles y demonios. En la parte inferior, la Resurrección de los muertos, la Boca del infierno y la Barca de Caronte.

El fondo de las escenas superiores funde dos interpretaciones: si bien las figuras de la izquierda parecen elevarse a las nubes del cielo atraídas por la fuerza divina, las de la derecha se mueven en un mar con apariencia de cielo, incluso algunas figuras tienen cola de pez, como el ángel vestido de rojo o el demonio de perfil con la boca abierta (ver detalle más abajo).

Las escenas inferiores discurren en un campo de muertos, rocoso y carente de vegetación; la laguna Estigia es tan sólo una mancha de color azul que se precisa como tal más por la presencia de la barca, que por un tratamiento realista. La separación entre las dos bandas de escenas la produce una niebla blanca y fría.

Ángeles trompeteros


Once ángeles descienden para despertar a los muertos mediante el toque de trompetas. El libro en el que se registra a los condenados es grueso y pesado, tanto, que son necesarios dos ángeles para poder abrirlo. El libro de los elegidos, en cambio, es bastante más pequeño. Los colores de los mantos que portan los ángeles están llenos de simbolismo. El verde representa la fe impregnada de esperanza; el amarillo azafrán, el discernimiento espiritual; el violeta, la penitencia; el rojo, el amor y el azul, la contemplación. Los cuerpos formalizan una estructura circular, cerrada y autónoma.

Un tocador muy robusto separa a los ángeles que sostienen los libros. Los que tocan junto al libro de los elegidos lo hacen fuerte, hinchando sus mejillas, para despertar a los hombres buenos del sueño de la muerte. Junto al libro de los condenados tan sólo toca el ángel lejano de la penitencia, el del discernimiento tiene la trompeta apoyada en su hombro y el de la esperanza espera una orden del lector.

Resucitados


El artista representó de una manera muy personal y con tonos extremadamente dramáticos el tradicional combate entre los ángeles y los demonios por la posesión de los cuerpos de los resucitados. Cabezas sobresaliendo de las hendiduras de la tierra, mortajas agrisadas, caras espectrales con las bocas desencajadas y las órbitas de los ojos vacías, cuerpos desfallecidos que se levantan reptando. La estructura de la composición obedece a una compleja distribución de las masas corporales. Se distinguen dos puntos focales desde los que se proyectan radialmente los distintos personajes.

El primero está situado en el pie del hombre tumbado junto a la línea de horizonte; desde aquí parten tres grupos y entre ellos sobresale el que conforma una pirámide mediante planos yuxtapuestos. En primer plano, un individuo que sale de la tumba mira asombrado a las dos figuras que están siendo arrastradas al infierno por manos diabólicas. En segundo plano, una mujer ayuda a un hombre cuyo rostro denota todavía la rigidez de la muerte; esta pareja puede simbolizar el amor al prójimo mientras que junto a ellos, el resucitado representado como un esqueleto, personifica a la muerte (bajo su sudario aparece el retrato de Miguel Ángel, mirando al espectador). En el último plano, otro esqueleto ya con la cabeza recubierta de carne y una mujer mirando al cielo con un giro de su cabeza contrario al del personaje del primer plano, recurso éste que equilibra y cierra la composición.

El segundo foco está en el vértice inferior derecho, en la banda más baja, cuatro resucitados tumbados están a punto de ser arrastrados a la boca infernal, la distribución de sus volúmenes transmiten al espectador la seguridad de que serán finalmente fagocitados. El siguiente grupo compone una tensa diagonal: un ángel coge por atrás a un cuerpo inane, atado por los talones a una serpiente de la que tira la mano de un demonio. En el último grupo, los cuerpos se enroscan en una línea ascendente extraordinaria: un diablo arrastra a un resucitado prendiéndolo por los cabellos, el desnudo impresionante de la victima es cargado por las piernas sobre los hombros del ángel de la esperanza, mientras el ángel del amor refuerza con sus brazos este vínculo.

Los que suben al cielo


La composición obedece a una distribución abierta, en la que un baile coral de cuerpos ascendentes da pie a un extenso repertorio de poses masculinas. Los desnudos aparecen de frente, de espaldas, en escorzo, girando, expuestos con toda su plenitud, lo que supuso un ensañamiento de los braghettoni, colocando oscuros trapos entre las piernas.

Por el contrario, tan sólo una mujer aparece desnuda, tiene la piel oscura al igual que el personaje contiguo, sostenido por una mujer vestida de verde. Se ha querido ver en ellos a dos representantes de los indígenas de las Américas, recién descubiertas por aquel entonces.

Las figuras se elevan a los diferentes niveles de nubes, ayudados por ángeles que los toman de las manos o por el torso y por la oración de las figuras retrasadas a planos posteriores.

El rosario


Entre los que suben al cielo destaca una pareja formada por dos figuras de piel oscura en el acto de coger un rosario que reciben de mano de un ángel joven, situado de pie en una nube más alta. Las cuentas del rosario son de color azafrán (discernimiento espiritual) y no se trata de un rosario cristiano, sino musulmán, cuya oración rememora los noventa y nueve nombres de Alá. El rosario rodea el pecho del hombre, mientras la mujer lo coge con la mano derecha, besa sus cuentas y las pasa con la mano derecha.

Entre ángeles y demonios



El episodio del combate entre ángeles, resucitados y demonios, encierra un significado difícil de descifrar y cuya clave radica en la observación minuciosa de su iconografía.

En una línea vertical, separado del resto, aparece una figura con un ojo tapado. Así como el cíclope Polifemo únicamente veía las cosas del mundo material, los dos ojos representan la naturaleza humana, capaz de dirigir la mirada hacia lo visible y efímero, pero también hacia lo invisible y eterno. De ahí, que quienes hayan puesto la confianza en las cosas del mundo, al final de los tiempos no encontrarán más que eso. En la pintura, la esperanza puesta en la tierra se ha convertido en un dragón verde que muerde el muslo de la figura, imagen de la desesperación.

Si en un vistazo general, el resto de la composición representa un ataque encarnizado de los ángeles, dirigiendo puñetazos a los condenados que intentan subir al cielo; la presencia de los ángeles vestidos de color rojo (amor) apunta un rayo de esperanza, de hecho, se entremeten intentando retener a las víctimas de la caída a los infiernos.

La escena representa el Purgatorio y para Dante, contemporáneo de Miguel Ángel, allí es donde se expían los siete pecados capitales: pereza, envidia, soberbia, avaricia, gula, ira y lujuria. Las prefiguraciones de los pecados se pueden identificar en: la mujer que vaga perdida por el cielo-mar remite a la Pereza; mientras que aquella que se deja coger por el ángel azul de la contemplación está poseída por la Envidia (la raíz latina de invidia es videre-ver, la contemplación es ver con los ojos de la fe); el rostro demacrado, de color terroso y de perfil, con la boca abierta es el de la Gula; el otro rostro oscuro contiguo es el de un hombre airado (Ira) y a su lado un disoluto es atormentado por un diablo que lo agarra de los genitales (Lujuria). El hombre boca abajo del que cuelga una bolsa dorada demuestra ser esclavo de la Avaricia, las dos llaves al lado de su bolsa revelan que se trata de un papa. Por último, el hombre que se encuentra a la derecha de aquel, con la cara aplastada por el pie del ángel, somete su Soberbia al poder de la criatura celestial.




Los que bajan al infierno

Miguel Ángel pintó la barca de Caronte, que transporta a los condenados al lugar de su castigo, al otro lado de la laguna Estigia, basándose en la Divina Commedia de Dante. Sin embargo a diferencia de la obra, aquí Caronte no golpea a las personas con la pala del remo para que suban a la barca, sino que las expulsa de ella, las empuja hacia los demonios, que aguardan a sus víctimas y las sacan de la barca con gruesas barras de hierro y garfios.

Ante los golpes de Caronte, los condenados se agachan para librarse de los palazos. Los hombres, casi siempre desnudos, miran asustados al vacío, mientras que las mujeres, todavía con la mortaja gris con la que cubren la cabeza, se ocultan entre los cuerpos de los hombres, aferrándose a la barca.

En el otro extremo de la barca, una arpía y demonios con cabezas de león, de gato, de asno y de carnero, hacen bajar a las víctimas. Tres de los hombres destacan sobre los demás, el del centro, movido por una misteriosa fuerza interior, junta sus pies y extiende sus brazos, como en un rapto de muerte se dispone a dar un salto para abandonar la barca. El de la izquierda lleva un puñal en la mano derecha, es un asesino, el demonio lo hace bajar tirando del instrumento de su delito. El de la derecha ha sido prendido por dos demonios y una diablesa con cabeza de gato le espera con los brazos abiertos, se siente tan iracundo que, con los puños cerrados, desea atacar a los diablos. Al lado de Minos, un condenado señala aterrorizado la proa de la barca, el agujero donde debe alojarse la cadena del ancla está vacío, no hay esperanza de vuelta.

El barquero

La cabeza de Caronte el barquero, en detalle, deja ver las incisiones que el pintor trasladó desde las líneas del cartón al enlucido y dejan constancia de un trabajo más acelerado que en el resto del fresco.

Minos

Minos representa al juez infernal, con su cola de serpiente dos veces enrollada alrededor de su cuerpo, indica al recién llegado el segundo círculo infernal. Minos, con sus grandes orejas de asno, es atormentado por una serpiente que ha subido reptando por sus piernas y le muerde el pene. Su rostro es el de Biagio da Cesena, maestro de ceremonias del papa Pablo III. Cuenta Vasari, que cuando Biagio le dio su opinión al Papa sobre el nuevo fresco, le insistió sobre su disgusto por la presencia de tantas figuras desnudas en un lugar santo. Miguel Ángel se vengó perpetuándolo como Minos.
Alrededor del juez se reúnen todo tipo de figuras diabólicas, al fondo, en el aire rojo y sulfuroso invadido por el fuego, se reconoce la cabeza de Lucifer, sobrepasando a los demás demonios.

La boca del infierno

En la boca del infierno se vislumbran las entrañas ardientes del submundo, uno de los condenados se entrega desnudo y de espaldas en el mar de fuego. Los diablos agazapados y expectantes tienen cuerpos antropozoos, con cuernos de macho cabrío y tensas garras; otro, de sexo indeterminado, espera sentado provocando al espectador con la cara amenazante y los brazos cruzados sobre sus grandes ubres.

Epílogo

La formación que el estudiante de Bellas Artes recibe en la actualidad se basa excesivamente en el estudio exclusivo de las técnicas y materiales y en el lenguaje estilístico y formal (algo que viene ocurriendo desde los tiempos de Giorgio Vasari). Parece que se olvida lo esencial, el mundo de las ideas que animan al hombre y que hacen transcender sus obras.
Esta parcela de estudio se la han atribuido los historiadores del arte y el artista, si es que debe ser formalizado academicamente, ¿interesa que permanezca ajeno a ella?.

27 de mayo de 2009

Quien la sigue, la consigue

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Desnudo tendido
José María Rodriguez Acosta
(95x189 cm), hacia 1939


En los años de la guerra civil española, y tras una serie de largos viajes por Canadá, Estados Unidos, Europa, Rusia y Oriente, José María Rodríguez-Acosta emprende, como una búsqueda, la realización de tres extraordinarios desnudos femeninos: "Desnudo tendido", "Desnudo de la bola de cristal" y "La noche". La mujer desnuda y solitaria es el tema único y definitivo que acosa al pintor en estos últimos años. Con esta inquietud, el artista emprenderá un fructífero reencuentro con el simbolismo a través del ejercicio académico en la calma de su estudio. Esta obra, resultado de diversos bocetos anteriores, supone el abandono definitivo de temas costumbristas, retratos y paisajes.

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Se empieza por visitar el Museo de Bellas Artes, luego te acercas a la Fundación Rodriguez Acosta, luego a la biblioteca de Arte de la Universidad de Granada y encuentras, encuentras, encuentras. No son más que atajos en la incensante búsqueda por atrapar el color. De cerca todavía impresiona más. Gracias, Emilio.
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19 de mayo de 2009

Suspiros de España, http://www.youtube.com/watch?v=TcelbP2CVqU

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El Fandi. Festival taurino benéfico. Granada, abril 2009
fotografía con cámara analógica
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